Black Swan hay que verla. No solo porque la narrativa vale la pena o las actuaciones han sido colocadas para ganar varios premios Oscar. Hay que asistir a las salas de cine porque muestra lo que la competencia desmedida, con rivales y uno mismo, puede provocar en alguna persona. La historia que cuenta Darren Aronofsky da para la reflexión, la lujuria y el miedo. La trama es sencilla. Nina Sayers, protagonizada por Natalie Portman, es una joven tímida, pero que destaca en el ballet. Gana la oportunidad de dar vida al personaje principal en la obra el Lago de los Cisnes, sin embargo, Sayers lucha contra el miedo de perder el papel, lo que la lleva en un viaje esquizofrénico y de temor, previo a la noche del estreno. Al mismo tiempo, la bailarina disfruta del éxito y la soberbia también toca a su puerta. El personaje de Portman muestra dos facetas en la película, una de ellas, la que da origen al final de la misma. El director se mantiene fiel a su estilo. Crudo, esquizofrénico y desesperante. Close ups, inserts, secuencias con poco diálogo, pero que en combinación con los sonidos e imágenes, queda sobrando. En 12 años poco ha cambiado en su percepción de realización de películas. Pi (1998); Requiem for a Dream (2000); Below (2002); The Fountain (2006); The Wrestler (2008) y Black Swan (2010), hasta ahora, su entrega más popular en lo comercial, con ingresos por arriba de los 83 millones de dólares en Estados Unidos. Los efectos especiales y el audio también destacan en esta entrega. Sobrios, sin ser espectaculares, logran su objetivo de sorprender y provocar reacción. Una película cruda, con sangre, ballet, lujuria y locura. Con actuaciones dignas de nominación del Oscar y una dirección dinámica y que lleva de la mano hasta darle un sentido al final: una película que hay que ver.