En la memorable carta que le remitiera esa montaña de patriotismo que fue don Américo Lugo al presidente Rafael Leonidas Trujillo, el 13 de febrero de 1936, rechazando su designación como "historiador oficial" del régimen, el notable hombre público le soltó esta perla al dictador: "el juicio que uno merece de la posteridad no depende nunca de lo que digan sus contemporáneos; depende exclusivamente de uno mismo".
Ese uno mismo, es decir, las actuaciones que forman la conducta de un hombre, no depende de las observaciones de los demás. En este caso, la belleza no está en el ojo del que la mira, sino en el fuero interno y en las demostraciones exteriores que se hacen de esa conducta que se convierten en el carácter de la persona.
No valen las defensas institucionales (el juicio de los contemporáneos) si la conducta individual no va acorde con lo que se espera del hombre y del funcionario público. El funcionario no solo debe ser honesto, sino que tiene que aparentarlo, de acuerdo a la frase aquella, y no basta con esconder las plumas, como aconsejaba Lilís.
Quizás valga la pena recordar en estos tiempos de tanta confusión de valores y falsas lealtades, el consejo de Charles Reade, que en versión moderna dice:
"Cuida tus pensamientos, se vuelven palabras
Cuida tus palabras, se vuelven acciones
Cuida tus acciones, se vuelven hábitos
Cuida tus hábitos, se vuelven carácter
Cuida tu carácter, se vuelve tu destino".
atejada@diariolibre.com
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